domingo, 16 de septiembre de 2012

NUESTRO PATRIMONIO




Texto María Magdalena Barros.
Miembro del Comité de Patrimonio del Colegio de Arquitectos.


Extraído de la Revista CA N°137
(ISSN 0716-3622) 2008


Imagen: Casa Winkler (desarmada), Frutillar.




"Hace algún tiempo, visitando la localidad de Pantano, en las cercanías de Traiguén, los vecinos me contaron una breve historia.

Un caso que, entre miles, resulta muy oportuno para entender la aproblemada relación que nuestro país tiene con su patrimonio.

Erase una vecina mapuche, que llamaremos Edelmira, propietaria de una de las últimas rucas genuinas de la comarca. La estructura se erguía digna en su parcela, como un gran bote de paja volteado entre el lomaje.

Pero ella aspiraba, muy comprensiblemente, a mayores comodidades. Así que mediante su esfuerzo procuró una casa nueva, construida bajo los conceptos occidentales, más precisamente fiscales, junto a la ruca original.

Una vez que se terminó la obra, Edelmira observó ambas viviendas, una junto a la otra. Y hallando que la ruca “afeaba” su campito, surgió en su mente el alucinante deseo de quemarla. Así lo hizo. Juntó el valor necesario y prendió fuego al techo que la había protegido toda su vida.

La moraleja de esta fábula queda pendiente, pero ciertamente el ejemplo nos retrata. Bastaría con hacer el ejercicio de mirar nuestras ciudades, incluso con los ojos entornados, para percibir los cráteres, los esqueletos calcinados de nuestro pasado.

Lo novedoso y reluciente es ampliamente preferido, y simplemente aplasta nuestra frágil herencia con sus volúmenes masivos.

Protecciones legales sesgadas; desidia patrimonial de autoridades, empresarios y propietarios; incoherencias arquitectónicas….poco a poco así se encarna nuestra gula de novedad. Y tal como Cronos, el Padre del Tiempo, la ciudad devora constantemente a sus propios hijos.”